Anselma Rincón o “chemis” como le dicen sus familiares, es madre de 11 hijos criados en el campo colombiano y quien se trasladó a Bogotá para darle a sus pequeños mejores oportunidades de estudio y superación.
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Anselma Rincón Velandia, madre colombiana que, con trabajo y sacrificio, supo junto a su esposo Eduardo, sacar adelante a sus 11 hijos en la población de calderitas, “me casé a los 15 años y estuve casada durante 55 años, hasta que él falleció hace siete años”, nos cuenta al lado del fogón de su vivienda en Bogotá.
“Diez de mis hijos nacieron con la ayuda de una partera en nuestra casa, con él último me compliqué y me vi muy mal de salud, casi me muero, tuvimos que pedir ayuda y él nació en el Hospital de la Misericordía”.
Anselma asegura que por su juventud desconocía por completo el tema de la maternidad, a ella y a su esposo nadie les había explicado que era un parto y mucho menos sabían lo que era tener un hijo, una vecina en el campo fue quien la ayudó en el nacimiento de su primer hijo, “fue una inmensa felicidad para mí”.
La crianza transcurrió en el campo colombiano en el que los niños acompañaban a su padre a ordeñar, a recoger y sembrar papas, alimentar a las gallinas, allí se mantenían ocupados, desayunaban luego de esa faena mañanera, para asistir luego al colegio, mientras ella ayudaba en el campo y preparaba la comida.
A medida que sus hijos mayores van creciendo se dan cuenta que era necesario mudarse con la finalidad de brindarles mejores oportunidades de crecimiento personal y de estudios a los chicos, “es así como mi esposo y yo decimos venirnos a Bogotá”.
Confiesa que ese cambio fue para ella traumático, pero el sacrificio valía la pena por sus hijos, “no teníamos leche, ni huevos, faltaban los animales, pero estábamos juntos en familia”.
La mayor bendición
“Mis hijos son la bendición de Dios, me quieren, me celebran cumpleaños, el día de la madre, me ayudan en lo que pueden, estoy feliz por los hijos que Dios me regaló”
11 hijos (3 Hombres, 8 mujeres), 21 nietos y 2 bisnietas de los que se siente orgullosa, Asegura que ser madre y abuela es una alegría inmensa, “todos son iguales”. Y aunque se considera estricta, asegura que esa disciplina es lo que ha hecho de cada uno de ellos lo que son hoy como personas y profesionales. “A todos les he enseñado el temor de Dios y el respeto a sus padres y mayores”, asegura.
Asegura que su mayor felicidad es cuando se reúnen todos sus hijos, nietos y bisnietos y recuerda con especial emoción el cumpleaños que uno de sus hijos le organizó fuera de Bogotá, “estaban todos, para mí fue una sorpresa, algo que no esperaba”, recuerda con nostalgia y la voz entrecortada.
En estos días de cuarentena dice añorar aún más su campo, “si estuviera allá podría salir a disfrutar la naturaleza, los animales, entre las gallinas, aquí en Bogotá vivo con dos hijos y cuatro nietos que me han ayudado mucho, pero me he tenido que mantener en casa”.
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